domingo, 27 de marzo de 2011

Ven conmigo.

Yo te cuido, te llevo, te traigo, estaré contigo, te regañaré si tengo que hacerlo y reiremos cuando queramos. Eres mi hermano, mi compañero y amigo, porque por pequeños que seamos estamos juntos en esto. Dos añitos tienes, pero cinco solo tengo yo, y aquí estamos los dos, solos en estas calles como tantos otros, de la mano. Porque es como lo tenemos que hacer, esta es mi infancia, y no las tardes en los parques con el helado de fresa o chocolate, los paseos por el centro de la mano de la familia o de esas sonrisas que me sacaban en sus intentos de hacernos más felices todavía. Mamá y papá no pueden estar con todos nosotros, tienen cosas que hacer y ahora que ya puedes venirte conmigo, lo haces, así crecerás junto a mí, como yo lo hice con él, nuestro hermano mayor, va a ser difícil al principio pues los más grandes van primero en todo, pero conseguiremos hacernos un hueco cuando seamos como ellos, grandes.

A fuego lento.

No consigo hacerme a la idea de la manera de vivir de las mujeres africanas, ya que allí prácticamente hacen vida en la calle desde lavar la ropa en una palangana hasta cocinar. Un gesto tan cotidiano como ‘’ hija, ve a encender el fuego, ponlo al 4,…’’ no encaja en el ambiente, todo es mucho más natural. Ellas hacen su vida allí, en la calle, donde todo lo que ocurre puede ser comentado, desde qué tienes para comer hasta que la hija mayor tiene que ir a buscar a la pequeña que baila y sonríe, feliz, en la plaza con los otros niños. Todo esto debería de hacernos pensar que la felicidad no está en todas esas cosas materiales, que nosotros, los occidentales, creemos necesitar. Las mujeres africanas al igual que el resto de ellos solo necesitan vivir para ser felices.